domingo, 13 de noviembre de 2022

 FRUGÍVORO

Nuestra vida es consumo. Comer, beber, comprar, gastar. Queramos o no, el ser humano está sumergido en una vorágine consumista que genera un gran e irremediable impacto en nuestro entorno. Y unas de las responsables son las grandes y multimillonarias industrias lácteas y cárnicas.

La ganadería intensiva explota ingentes cantidades de animales en enormes instalaciones industriales. Las consecuencias son muchas y todas negativas para el planeta. La ganadería industrial dispara las emisiones de gases contaminantes, acelera el cambio climático, reduce la calidad de la carne y aumenta el maltrato animal.  La humanidad, al menos la occidental, está saturada de carne en su dieta diaria. Esto, aparte de graves problemas en la salud, contribuye decisivamente a la crisis climática, debido a los efectos de las grandes instalaciones industriales, cada vez más numerosas. La deforestación de bosques, junto con los purines contaminantes que generan los animales, son algunos de sus impactos.


La ganadería es la industria más destructiva del planeta, y ésta está relacionada no sólo con la producción de carne y lácteos sino también con las pieles, la comida para mascotas, los cosméticos y hasta válvulas cardíacas. Los bosques cubren el 30% de la superficie terrestre de nuestro planeta. Son necesarios para absorber emisiones de gases de efecto invernadero, proporcionar agua, protección contra los desastres naturales (inundaciones, desertificación) y preservar la biodiversidad. Sin embargo, están en constante disminución. Según la FAO, cada dos segundos se pierde el equivalente de un campo de fútbol. El fenómeno es particularmente grave en América Latina, donde se encuentran los siete países más vulnerables a la penetración de la ganadería extensiva: Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, México, Perú y Venezuela. En la selva amazónica el 88% del terreno deforestado se destinó al pastoreo. Teniendo en cuenta además del espacio ocupado por las granjas y los pastos, los cultivos necesarios para alimentar a los animales, ya que la FAO asegura que el 50% de la producción mundial de cereales y el 90% de la soja están destinados a la alimentación del ganado, la industria alimentaria utilizaría hoy en día casi el 40% del espacio disponible en la Tierra.

No importa cuánto nos esforcemos en dejar el coche en casa para usar más la bici si no reducimos nuestro consumo de carne. Así lo confirma un estudio reciente realizado por la organización internacional GRAIN junto al Instituto para la Agricultura y Política Comercial de Minnesota, Estados Unidos.

Para llegar a esta conclusión realizaron un análisis de las 35 mayores empresas productoras de carne y lácteos del planeta, y lo que descubrieron podría realmente hacernos reconsiderar nuestros hábitos de consumo:

– Las 5 mayores empresas productoras de carne y de leche del planeta habían superado oficialmente a Exxon, Shell y BP en sus emisiones de gases de efecto invernadero anuales.

– Sólo 4 de las 35 empresas analizadas habían suministrado cifras estimadas completas y creíbles de sus emisiones, mientras que la mayoría de los principales productores de carne y lácteos reportaban cifras muy por debajo de las reales o no reportaban nada.

– A fin de limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados hacia 2050, debemos reducir las emisiones globales en 38 mil millones de toneladas. Pero si la demanda de carne y  lácteos sigue creciendo como los expertos predicen, la industria ganadera podría producir el 80% de las emisiones aceptables de gases de efecto invernadero en solo 32 años.

Los datos mostrados anteriormente no representan una gran sorpresa si tomamos en cuenta que la industria ganadera es responsable de la emisión del 15% del total de los gases de efecto invernadero en el mundo, es decir, que contamina más que toda la industria del transporte mundial. Sí, todos los automóviles, aviones, trenes y barcos del mundo.



Para producir tan solo un kilo de carne de vaca es necesario gastar 15.000 litros de agua, mientras que para obtener un kilo de trigo solo se requieren 1.500 litros. La huella hídrica de la carne de vacuno es seis veces mayor que la de las legumbres. De hecho, hay estudios que afirman que si los países industrializados apostaran por una dieta vegetariana el gasto de agua para la alimentación humana podría reducirse hasta un 36%. Pero los efectos de la ganadería en el agua no afectan tan solo al gasto sino también a su contaminación. La industria porcina, por ejemplo, produce quince veces más excrementos que carne. Ese estiércol cargado de nitrato es el responsable de la contaminación de los sistemas acuáticos de agua dulce y salada. Los excrementos, también llamados purines, se almacenan en balsas y se utilizan para fertilizar el suelo agrícola pero la tierra tiene una capacidad limitada para absorber los nitratos que contienen. Cuando este exceso de nutrientes; nitrato y fósforo principalmente, llega al mar, altera el ecosistema causando zonas muertas o hipoxias. De esta forma, mientras la industria ganadera usa y contamina el agua de forma desproporcionada, el uso inteligente de los recursos hídricos es más necesario que nunca. 700 millones de personas podrían verse forzadas a desplazarse debido a la escasez de agua de aquí a 2030. El derecho al agua potable es un derecho humano esencial.

Por último, la calidad de vida de los animales en la ganadería intensiva supone, en casi todos los casos, una auténtica tortura desde que nacen hasta que mueren. Los terneros, separados de sus madres nada más nacer, son colocados en cajas para que no puedan moverse, justamente en el momento de su vida en que más necesitan hacerlo. El objetivo es lograr una carne más tierna, a costa del sufrimiento de millones de animales. Pero su muerte es aún más cruel y estas son las formas de matar los animales en las granjas industriales.

Acuchillados: Este es uno de los métodos más comunes para matar a vacas, cerdos y otros mamíferos, aunque peces de gran tamaño también sufren este destino. En ocasiones, hacen falta varias cuchilladas para poder matar al animal. Los trabajadores suelen amarrar a los animales o son sujetados por maquinaria u otras personas, ya que ellos son capaces de darse cuenta que están a punto de ser asesinados e intentan escapar el filo del cuchillo.  

Decapitados: Este método es frecuentemente usado con aves y peces y la manera de hacerlo puede ser tan cruel como pisar la cabeza de una gallina consciente mientras patalean hasta que su cabeza se desprenda de su cuerpo. 

Sofocados: En casos en los que necesitan deshacerse de un grupo de animales como cerdos y pollos, a veces sencillamente cavan un pozo en la tierra, empujan a los animales y los sepultan vivos. En ocasiones, meten a animales pequeños en bolsas de plástico hasta que mueren de asfixia. Las cámaras de dióxido de carbono para matar cerdos han sido denominadas como uno de los métodos más humanitarios para matar animales. Basta con ver el procedimiento una sola vez para pensar lo contrario. Los cerdos son hacinados en pequeñas jaulas donde serán rociados con dióxido de carbono, lo que les causará una sensación similar a ahogarse al mismo tiempo que sienten sus ojos, garganta y pulmones arder. En sus últimos segundos de vida los cerdos lloran y se sacuden violentamente ya que el gas los quema desde sus entrañas.

Degollados: Este método es usado en la mayoría de los animales explotados como alimento. Los animales son colocados en líneas de procesamiento donde son suspendidos dolorosamente de sus patas traseras y posteriormente son degollados, ya sea por trabajadores o por una cuchilla automática.

Escaldados: Millones de aves, cerdos, langostas y otros animales marinos mueren quemados en agua hirviendo.

Desollados: Ser desollado mientras se está consciente es probablemente una de las peores formas de morir. Lamentablemente, este es el destino que sufren millones de peces y algunos animales como conejos y otros mamíferos.

Azotados: Este es un método que se utiliza en particular con los animales que no crecieron lo suficiente o que están demasiado enfermos. Los trabajadores los levantan y estrellan su cabeza contra objetos o los azotan contra el suelo.

Triturados: Los pollitos machos no representan ganancias para la industria del huevo ni son considerados rentables para la producción de carne, así que los arrojan dentro de máquinas que los trituran vivos y alimentan a otros animales con sus restos.

A golpes: Martillazos, puñetazos, patadas y otros tipos de agresiones son la causa de muerte de miles de animales al día.

Electrocución: Las aves colocadas en las líneas de procesamiento pasan por una pequeña piscina de agua electrificada que debería dejarlas inconscientes, sin embargo aquellas que no sean lo suficientemente altas o que estén moviéndose y no toquen el agua, estarán completamente conscientes cuando las maten. A los mamíferos les colocan varas metálicas en los ojos y luego los electrocutan, esto los deja ciegos y en muchas ocasiones hace falta más de una descarga para que queden inconscientes, por lo que muchos de estos animales son asesinados cuando aún pueden sentir dolor.

Disparos en la cabeza: Algunos mamíferos reciben un disparo en la cabeza con una pistola de pernos con el propósito de dejarles inconscientes. Estas balas pueden destruir parte del cerebro de los animales. En muchas ocasiones, los trabajadores fallan al apuntar y se requiere más de un disparo para tumbarlos al piso, por lo que muchos de estos animales aún están conscientes cuando los matan.

No existe una manera de garantizar que los animales en estas granjas no sufran a la hora de morir, pero en realidad, matar a alguien que no quiere morir nunca será moralmente correcto, sobre todo porque los humanos no necesitamos de la carne ni nada que provenga de los animales para vivir saludablemente y comer delicioso.

Hay quién abraza el vegetarianismo o el veganismo por placer, por salud, por moda, por conciencia hacia los animales o por el convencimiento de que, por naturaleza, estamos hechos para nutrirnos a expensas del mundo vegetal y nada más. Este último argumento se fundamenta en hechos como que la mayoría de los primates, el orden de mamíferos al cual pertenecemos, se alimenta de plantas. Que carecemos de garras para cazar y despedazar animales, que nuestra dentadura es demasiado débil para despedazar a mordiscos a otros seres vivos o que nuestros intestinos son más largos que los de otros mamíferos carnívoros. Ya venía escrito en las sagradas escrituras en un pasaje del Génesis Cap. 2 Vers. 29: “Y dijo Yahweh: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer". Como vemos en ese texto, el Creador les instruye a los seres humanos sobre qué deben comer. Los animales no entraban en el menú. 

Aunque los humanos han adoptado prácticas alimenticias omnívoras y carnívoras, nuestra anatomía y fisiología no han cambiado. Seguimos siendo biológicamente una especie de comedores de frutas. Lo cierto es que desde tiempos inmemoriales, antes de las glaciaciones, nuestros antepasados eran frugívoros por naturaleza: comían frutas, bayas y quizás hojas de plantas. A través de largos estudios e investigaciones, los científicos hallaron que el hombre en sus orígenes era vegetariano. Sólo comía carne en períodos de extrema crisis.

Así fue como en la última era glacial, en la cual escasearon las frutas, verduras y oleaginosas, el hombre por un problema de subsistencia comienza a comer carne de animal. A posteriori esta costumbre continuó. A la escasez de alimentos se suma la reproducción del hombre. En principio los frutos de la tierra son suficientes, cuando las poblaciones aumentan, la agricultura no cubre todas las necesidades, ello también impulsa al hombre a la pesca y la caza. El hombre descubre el fuego y así van encadenándose los hechos hasta llegar a la civilización actual. En la cual el avance tecnológico es tan grande que se va perdiendo la visión del hombre como ser humano.

Se hicieron carnívoros y ello ha quedado marcado en el código genético tras las glaciaciones, y por ello se consideraba normal que los humanos de hoy día, herederos de ese mensaje genético, seamos carnívoros.  El período glaciar supuso una “adaptación” a comer carne y se llegó a la conclusión de que su consumo no tendría que influir negativamente en el cuerpo debido a esa “adaptación biológica”. Pero he aquí este otro descubrimiento: no todo el planeta estaba cubierto de hielo, pues si fuera así los animales herbívoros que cazaban nuestros antepasados no podrían existir ya que no dispondrían de su sustento nutricional: los vegetales del suelo. Por tanto, los hombres prehistóricos tuvieron que desplazarse durante la era fría a zonas sin hielo, los trópicos y el ecuador (se dice, con razón, que el ser humano es de clima tropical), y ahí siguieron comiendo vegetales crudos, aunque pudiera ser verdad que en estos parajes cazaran animales: se hicieron omnívoros (comedores de carne y vegetales) ya que el sustento vegetal pudiese resultar insuficiente incluso en estas latitudes tropicales. Este período de tiempo fue clave y definitivo: nuestros progenitores se hicieron carnívoros, quedando ello marcado en los genes portadores de la información genética. Como al finalizar la era fría sobre la tierra los homínidos no volvieron a nutrirse como correspondía a lo que la Naturaleza le volvía a presentar sobre el suelo nuevamente fértil, los seres humanos de hoy día llevamos una mezcla de código genético sobre la manera de nutrirnos: una información alimenticia codificada de la era frugívoro-crudívora anterior al período glaciar y otra surgida a raíz de este período donde los humanos nos hemos decantado por “satisfacer” un mensaje genético (comer carne) que resulta ya caduco, innecesario y que sólo debiera permanecer latente en nuestros genes sin hacerse patente en la biología integral del ser humano, pero por el cual nos hemos decidido, estimulados por imperativos de una cultura decadente, educación nefasta, condicionamientos negativos, intereses financieros … lo que bien se ha dado en llamar la involución humana. Está bien demostrado, incluso por la ciencia oficial, que nosotros no somos carnívoros por naturaleza desde el punto de vista anatómico, fisiológico y psicológico.

La anatomía comparada nos permite ver que el hombre se parece en todo a los animales frugívoros, y en nada a los carnívoros. La carne muerta sólo es susceptible de ser masticada y digerida por el hombre si se la disfraza y se la hace más tierna con preparativos culinarios; así, la vista de carnes crudas y sangrantes nos produce horror y repugnancia. Existen grandes diferencias orgánicas entre un consumidor de carne, un herbívoro y el hombre.

El intestino de los animales carnívoros al ser más corto permite una rápida evacuación de la carne, evitando así la putrefacción. En el hombre, la carne que permanece tantas horas dentro de sus órganos internos, comienza a descomponerse, imaginen la temperatura corporal interna, no es una heladera, por lo cual en ese lapso se originan toxinas que a la larga van deteriorando el organismo. El animal carnívoro tiene dientes alargados y puntiagudos para cazar a sus presas. Pero no necesita los molares para masticar, ya que la carne no es digerida casi en la boca, sino en el estómago y los intestinos. Quienes se alimentan de granos y vegetales, tienen en la boca una enzima que pre-digiere los almidones, de ahí la importancia de una buena masticación. Las frutas, verduras y granos deben ser bien masticados e insalivados para su correcta digestión. Como las frutas, verduras y granos tardan muchísimo más en descomponerse, al hombre le ha sido dado un intestino muy largo.

Otro factor que nos reafirma que el hombre no es carnívoro, es el hecho de que el hombre debe cocinar la carne para comerla y condimentarla para darle sabor. El animal carnívoro se come a su presa tal cual la caza. En general el hombre come su ración de carne, sin cuestionarse absolutamente nada. No siempre sería capaz de comerla si fuera testigo de la matanza del animal.

 

La dentadura del ser humano no es igual a la de los animales carnívoros ni herbívoros; por consiguiente, el ser humano no es un carnívoro ni herbívoro, pero si es cierto que nuestra dentadura es casi igual a la de los animales frugívoros. Somos frugívoros. Nuestra dentadura es casi uniforme; los dientes tienen casi la misma altura; únicamente los caninos sobresalen algo, pero muy poco; estos caninos tienen forma cónica truncada; los molares (muelas) tienen arrugas esmaltadas en su parte superior y, como la mandíbula inferior articula con movimiento lateral, su actividad puede compararse con la de un molino; es muy importante observar que ningún molar tiene “puntas” en su parte superior y que, por tanto, no sirven para la masticación de la carne.

Los caninos del ser humano jamás alcanzan la altura de los caninos de los frugívoros y apenas pasan de los demás dientes, pero esto no es una diferencia esencial. Se ha querido pensar por sólo la existencia de los caninos que el cuerpo del ser humano también está organizado para comer carne, pero esta deducción sólo sería válida en el caso de que los caninos del humano realizasen el mismo fin que cumplen en los carnívoros; en éstos no sirven para la masticación, sino para hacer presa y sujetarla, hacen la función de garfios, y son los dientes molares, situados detrás, los que sirven para desmenuzar la carne en estos animales carnívoros, pues están provistos de “puntas” que no tropiezan unas con otras, sino que pasan muy cerca entre ellas, de manera que separan las fibras de carne.


El movimiento lateral de la mandíbula inferior sólo serviría de estorbo (como un molino), y por eso no lo tienen los carnívoros; es decir, éstos no pueden realizar movimientos de trituración (así se sabe lo difícil que es a lo perros el desmenuzar los pedazos de pan, que se ven obligados a tragar, casi sin masticar). Los humanos no tenemos molares adecuados para despedazar carne. Nuestra dentadura no está diseñada para desgarrar y arrancar carne.

La proporción entre la longitud del canal intestinal y la longitud del cuerpo (medido éste entre boca y ano) es de 10/1 en los humanos, igual que ocurre entre los animales frugívoros. En los carnívoros es de 4/1 y en los herbívoros es de 24/1. Esto es importante para evitar la fácil putrefacción que tiene lugar en la carne a su paso por el canal intestinal. Al tener el intestino corto, los carnívoros la expulsan pronto. Nosotros, al tener el intestino más largo, estamos más expuestos a dichas putrefacciones que originan peligrosísimas toxinas para el cuerpo; pero, en cambio, tenemos mucho tiempo para asimilar los nutrientes de los vegetales.

La saliva en los humanos se diferencia muchísimo de la de los animales carnívoros y omnívoros. Nosotros poseemos la enzima ptialina, enzima que únicamente digiere los hidratos de carbono (almidones) que se hallan en los vegetales. Por esto es tan importante la buena masticación y ensalivación. En los carnívoros no existe esta enzima. Además, nuestra saliva es alcalina; en los carnívoros es ácida. En el ser humano no existe la enzima “uricasa”, capaz de metabolizar los residuos de proteínas (carne, pescado, huevos,…), pero sí existe en los carnívoros. Alrededor del 5% del volumen de carne de todos los animales consiste en un material de desecho llamado ácido úrico que normalmente se elimina por los riñones. El ácido úrico es un veneno para los humanos porque es tóxico y no metabolizable. Como resultado, se forman cristales de urato de calcio y se concentran en las articulaciones, los pies y la zona lumbar.

Estos depósitos conducen a artritis, gota, reumatismo, bursitis y dolor lumbar. Nosotros segregamos ácido clorhídrico por el estómago, pero en los carnívoros esa cantidad se multiplica por 10: así se metaboliza pronto la carne. El hígado de los animales carnívoros elimina fácilmente cantidades grandes de colesterol, mientras que en nosotros sucede lo contrario.


Anatómicamente, nuestras manos están adaptadas para tomar frutas de árboles y, a lo más, vegetales del suelo de relativamente fácil asimilación. Así, no somos granívoros, comedores de granos, cereales, que precisan una cocción previa. No tenemos garras, como los carnívoros, para atrapar y destripar animales. No tenemos una disposición natural a comer carne; si la tuviésemos, la comeríamos como lo hacen todos los carnívoros: cruda. Es decir, psicológicamente tampoco somos carnívoros. Si los humanos tuviésemos que matar nosotros mismos los animales y comer la carne cruda de los cadáveres, ¿cuántos lo haríamos? Se sabe con certeza que a un niño en su hábitat natural, su instinto le lleva a acariciar los animales, jugar con ellos, mientras que la fruta la llevaría a su boca. Son los condicionamientos negativos de la infancia dentro de la unidad familiar los que tergiversan la mente y el paladar del niño, para el cual, a partir de la pubertad, será muy difícil cambiar sus nefastos hábitos alimenticios. Los sentidos son buenos indicadores de nuestros alimentos; concretamente, la vista y el olfato guían a los animales para su alimentación al excitar el deseo de nutrirse. Un animal carnívoro busca a otro animal para matarlo y comer sus órganos, sangre y músculos, produciéndole una satisfacción.

Los herbívoros y frugívoros caminan al lado de otros animales y, si alguna vez tienen que atacarlos por una situación extraordinaria, su sentido del olfato no les lleva a comer su carne; la vista y el olfato les guían hacia los vegetales que satisfacen su gusto. En nosotros, la vista y el olfato no nos excitan a comernos una vaca o su ternero cuando están vivos. Nuestros sentidos repugnan al matadero; la carne fresca no agrada al gusto ni a la vista; antes de comerla es preciso hacerla “agradable” a la vista, olfato y gusto cocinándola y condimentándola, y así es como resulta “aceptable” para la mente tergiversada, condicionada, mal-educada.

A la práctica totalidad de las personas le repugna el hecho de matar animales, y son muy contadas las personas que lo hacen. Pero esto contrasta con la idea que la gente tiene de la necesidad de comer animales para no enfermar. El estamento laico, es decir, gobiernos, estados, mandatarios y multinacionales, no está por la labor de informar y reeducar. Y con respecto al estamento seglar, decir que todas las religiones, en sus sublimes mensajes puros, (no me refiero a los actuales tergiversados que han originado fundamentalismos, dogmas falsos,…) afirman que una nutrición vegetariana, sencilla, el ayuno y la oración (o la meditación) son los pilares para mantenerse en la dicha físico – espiritual inherente al Ser Humano.

Es conocido, en los tiempos modernos de la Iglesia católica, lo acaecido tras el Concilio de Nicea: las autoridades eclesiásticas nombraron a una comisión autorizada para tergiversar el texto de las Sagradas Escrituras; así, fueron eliminados todos los pasajes en los que se pedía al pueblo que evitara comer carne.

La postura higienista pura se basa en estas observaciones para concretar que el ideal de la alimentación humana sería un régimen crudívoro-vegano con una ingestión moderada o nula de proteína vegetal y atendiendo fielmente a la regla capital de compatibilizar los nutrientes. Hay posturas intermedias entre lo “ideal” y lo “convencional”: ovo-lácteo-vegetarianos, macrobiótica, instinto terapia,… Todo es el resultado de la mente, teniendo a la herencia como cómplice.

La involución humana actual es el resultado directo del alejamiento de nuestra alimentación ancestral. La anestesia mental que sufrimos hace que no nos cuestionemos tal postura. La solución está al alcance de nuestras manos, como lo ha estado a través de millones de años: las frutas y vegetales que nos da la Naturaleza. Es suficiente para nuestra biología, para todos nosotros, pero muy insuficiente para la codicia de unos cuantos.

Pero no debemos olvidar que la carne produce un daño irreparable en las paredes intestinales, malogrando nuestro sistema digestivo, y deteriorando el funcionamiento de los riñones, del hígado, del colon y de la vesícula. En caso de llevar un estilo de vida sedentario, el consumo de carne puede agravar enfermedades cardiovasculares en las personas, que se paga con la obesidad, con el reumatismo, con jaquecas, con hiperhidrosis y hasta con infartos.

A continuación les citaré algunas de las enfermedades más comunes que son producidas en parte por el consumo de carnes, y sólo citaré las derivadas de la ingesta de carnes de buenas condiciones:

Enfermedades del corazón, cáncer, derrames cerebrales, diabetes, obesidad, colesterol dañino, acné, disfunción eréctil, Alzheimer, ácido úrico y una disminución de la vida en general. Además de dañar nuestra salud, el consumo de carne literalmente está matando a nuestro planeta y causando un enorme sufrimiento animal. 

Las proteínas de la carne también tienen consecuencias en el comportamiento humano. Los seres humanos utilizan grandes cantidades de animales para la comida por el valor de las proteínas de la carne. Los efectos de estas proteínas pueden, sin ninguna duda, ser vistos en la agresividad, violencia, odio e insensibilidad moral: se puede decir, por tanto, que la carne tiene un efecto negativo en el comportamiento humano. Los vegetarianos, por otra parte, construyen las bases para una actitud de tolerancia, ternura, sociabilidad y un espíritu de compartir. Los expertos en contra del uso de las proteínas de la carne cuentan con el apoyo de la química de los neurotransmisores y de la neurobiología, dos disciplinas científicas que explican cómo estas comidas pueden causar determinados comportamientos humanos. Como resultado podemos actuar con mucha seguridad en nuestra elección de la comida, qué elegir y qué evitar. Entre otras cosas, debemos rechazar la idea de que la violencia es innata en los humanos. Nadie nace agresivo o demonio, pero podemos llegar a serlo comiendo carne. Las proteínas animales que aparecen en las etiquetas como carne son del tejido muscular de vertebrados terrestres, aquellos cuyos cadáveres son utilizados por seres humanos para comida. Comer grandes cantidades de proteínas animales tiene un gran efecto en el comportamiento humano. Generalmente, por naturaleza, los animales carnívoros son fieros y agresivos, mientras que los no carnívoros son tranquilos y sociables. Otra cosa que puede ser vista fácilmente es la reducción gradual de la agresividad en seres humanos en cuanto cambian de una dieta que contiene grandes cantidades de carne hacia otra excluyendo comidas altas en proteínas, especialmente carne. Es también conocido que los perros, aunque son carnívoros por naturaleza, mantienen la guardia y atacan extraños con más efectividad si se les ha alimentado con grandes cantidades de carne en lugar de la ración normal. De manera similar, en tiempos de guerra, cuando los hombres tenían que tomar parte en acciones militares de alto riesgo, tenían que darles grandes raciones de carne, de manera que la carne era utilizada como una droga para el desarrollo de la agresividad, violencia e insensibilidad moral.

El eslogan “carne igual a energía” es utilizado por aquellos que quieren justificar el comer carne, porque esta sociedad, basada en la competencia, libre y desencadenada competición a la escalada social, exige que llevemos un ceño fruncido agresivo que nos ayudará a triunfar en el mundo, a ganar nuestra lucha en la vida. Como todo el mundo puede ver, los seres humanos están influenciados de buena manera por factores del medio ambiente, especialmente la dieta, una verdad importante sintetizada por el gran Ludwig Feuerbach tiempo atrás en 1855, cuando dijo, “Der Mann ist vas er isst” (Un hombre es lo que come). Pero, más de un siglo antes, en 1728, un distinguido experto italiano, Bartolomeo Beccari (médico, farmacéutico y profesor de Química en la Universidad de Bolonia) pronunció la frase, “Quid alius sumus, nisi it unde alimur?” (¿Qué somos nosotros sino lo que comemos?) expresando lo mismo que Feuerbach dijo más tarde. No fue una casualidad que estos dos grandes pensadores fueran vegetarianos. Beccari, entre otras cosas, descubrió el gluten y las isovalencias entre proteínas vegetales y animales. El hombre no es sólo un conducto alimentario que rellenar con comidas variadas, sino un ser pensante cuyo cerebro, como cualquier otra parte del cuerpo, debería nutrirse con el material necesario para su metabolismo que es repartido por el sistema sanguíneo. Y como mucha de la comida que comemos está producida por una industria alimentaria preocupada sólo por el beneficio, sin ningún respeto por nuestras necesidades dietéticas reales, podemos decir que, igual que la medicina ortodoxa está condicionada y financiada por la industria farmacéutica, lo que se entiende como la ciencia de la nutrición está por completo en manos de la industria química alimentaria.

Esta es una industria que busca principalmente vender comidas preparadas poco nutritivas, especialmente aquellas basadas en proteínas de la carne, con la poderosa ayuda de los medios de comunicación. La aceptación no crítica de las actividades de la industria alimentaria conlleva, inevitablemente, a comportamientos violentos hacia nuestros compañeros humanos y otras criaturas vivientes como consecuencia de la agresión provocada por la comida de cadáver. Hace ya 20 siglos, el gran Juvenal se pronunció sobre la estrecha relación entre la salud de la mente y el cuerpo, con su eterno dicho, “Mens sana, in corpore sano” (Una mente sana en un cuerpo sano). Una mente sana requiere entonces un cuerpo sano, lo que significa que deberíamos hacer de la salud de nuestro cuerpo una prioridad. Tiempo después, en el siglo XVII, otra voz con autoridad, el filósofo británico John Locke, en su trabajo "Algunos pensamientos sobre la educación" (1693), acentuó la validez de lo que decía Juvenal sobre que la salud de la mente depende de la del cuerpo.

Esto es lo que vemos de gran importancia en el vegetarianismo, el cual desintoxica el cuerpo y purifica la sangre que llega al cerebro. Por consiguiente, somos capaces de un pensamiento más lúcido y penetrante, lo que lleva a que la mente esté realmente abierta, con poderes incrementados de auto control y la habilidad de resistir el trabajo intelectual y físico, iniciando una actitud de tolerancia, ternura, apertura hacia un diálogo tranquilo y soluciones a los conflictos, al amor, la sociabilidad y el compartir. La actividad eléctrica del cerebro tal y como muestra un electroencefalograma nos ha enseñado que las dietas vegetarianas provocan ondas alfa, las cuales indican un estado de relajación neuromuscular no sólo del cerebro sino también de todo el cuerpo. Esto es porque a través de los siglos la gente más inteligente, más cultivada, más abierta y más tolerante en el mundo han sido vegetarianos, en todos los campos del conocimiento: ciencia, filosofía, arte, literatura, medicina, etc.

Está claro, entonces, que la sangre que llega al cerebro contiene los catabolitos de la carne, la psicología de la mente está afectada, y en el comportamiento tendremos presente la intolerancia, la tendencia a riñas y agresividad, odio en lugar de amor; separación, comportamiento antisocial y violencia en lugar de alegría y unión. De esta forma, los humanos se quedan atascados en actitudes antisociales e individualismo asfixiante, y aquellos que quieren poder necesitan sólo dividir y gobernar. Quienes están en el poder saben cómo utilizar el arma de la comida para influir en el comportamiento humano hacia lo que es más conveniente para sus propósitos, así ellos hacen todo lo que pueden para animarnos a comer comidas muertas, envenenadas, intoxicadas, especialmente la carne. A la larga el objetivo es el cerebro, el que pretenden hacer inútil para entender. Durante la guerra del Golfo en 1992, a los soldados americanos que se preparaban para la acción, les fueron suministrados 50.000 pavos más de lo normal, raciones abundantes de carne. La razón: “Son soldados y tienen que comer mucha carne”. En otras palabras: “Tienen que atacar, y la carne ayuda a hacerlos agresivos”.  Las conocidas palabras del filósofo Jacobo Moleschott,  confirman la influencia de la carne en la agresividad: “Mientras el irlandés sea alimentado con patatas, será sometido por el inglés que come filete y rosbif”.

En conclusión, mientras que el vegetarianismo favorece las facultades del conocimiento más alto, los cadáveres las reducen, fomentando comportamientos peligrosos para los individuos y la sociedad, y reduciendo los niveles de serotonina. Una comida que contenga muchas proteínas de carne reduce los niveles de triptófano en el cerebro, y lleva a la agresividad, ansiedad y propensión a la pelea; mientras que si confiamos en los frutos de la tierra y seguimos los principios vegetarianos, más positivo será nuestro comportamiento. Nuestra elección del alimento, entonces, influye en nuestro comportamiento y nuestras emociones. No deberíamos olvidar que a los poderosos les gustaba hacer gala de su supuesta superioridad comiendo carne con ostentación, ya que creían que la carne, un símbolo dietético de violencia, era un distintivo para mostrar que pertenecían a los fuertes. Pero para comer carne se necesita que un acto violento se cometa antes, culminando en la matanza de un animal, de manera que el comer carne, basado en un asesinato tal cual es, está, inevitablemente, asociado con violencia y fuerza brutal, mientras que el vegetarianismo está basado en la estabilidad, tranquilidad y serenidad del mundo vegetal el cual, con su noble poder, dibuja la vida y la fuerza desde la Madre Tierra para darla a la humanidad.

La tierra, como madre que es, nos ofrece sus mejores alimentos, los alimentos más sanos; las frutas, las verduras, los frutos secos, los cereales, las legumbres… Todos estos alimentos han recogido la energía de los cuatro elementos de la naturaleza, de la tierra, el agua, el aire, y el sol, y han extraído el quinto elemento, la “quintaesencia” o energía vital. Los alimentos vivos son concentrados de la energía destilada de la naturaleza que nos cuida y nos protege. Los alimentos que nos ofrece la naturaleza son nuestra mayor fuente de salud, aquellos que en su estado natural y sin mucha preparación ni manipulación son atractivos por su sabor, su aroma, su color y su forma. Los alimentos que nos ofrece la tierra están llenos de vida, a diferencia de los comestibles que con frecuencia llenan nuestros platos. Una sustancia que podemos comer es un comestible, pero un comestible no siempre es un alimento, y menos aún un alimento adecuado para la especie humana. No todo lo que ingerimos favorece nuestra salud.

A pesar de que desde pequeños nos han aconsejado beber leche para crecer y tener huesos fuertes, el ser humano no necesita ingerir este alimento a partir de los 2 o 3 años de edad, cuando ocurre el destete. Desde ese momento y durante el resto de nuestra vida, como ocurre con el resto de mamíferos, no necesitamos leche para crecer ni para tener un óptimo estado de salud, ni siquiera en momentos específicos de la vida de la mujer como el embarazo, la lactancia o la menopausia.

Pero es que, además, existen numerosos estudios de relevancia que demuestran que la leche no es del todo un producto saludable. Por un lado, un mayor consumo de leche se asocia a una mayor fragilidad ósea y a una mayor probabilidad de sufrir osteoporosis, sobre todo si se consume en la edad adulta. Y es que la leche, en vez de generar huesos fuertes, los desmineraliza porque, al ser un alimento altamente ácido, su consumo excesivo lleva a que nuestro organismo tenga que utilizar el calcio de los huesos para mantener el pH sanguíneo en su punto correcto. Así que los huesos pierden calcio y se vuelven frágiles. De hecho, los países que más leche consumen son los que tienen mayores índices de fragilidad ósea. Por otro lado, la leche es un alimento difícil de digerir por la presencia de determinadas proteínas que son susceptibles de generar reacciones inflamatorias en nuestro cuerpo. Además, el consumo de leche también se asocia con alteraciones hormonales, ya que contiene hormonas de la vaca que alteran el correcto funcionamiento de las hormonas sexuales femeninas, así que una dieta para incrementar la fertilidad debe excluir la leche. Por último, el consumo de leche también se asocia a otros síntomas como son afecciones de la piel, acné o un incremento en la mucosidad. Puedes probar a retirarle los lácteos a un niño con mocos y ver como mejoran los síntomas.

Por otro lado, nuestro organismo está hecho para consumir leche solamente en los primeros años de vida hasta el destete y, con el tiempo, puede ocurrir que el organismo deje de fabricar la enzima encargada de digerir el azúcar de la leche, la lactosaEs lo que se llama intolerancia a la lactosa y en España, según la Sociedad Española de Patología Digestiva, ocurre en el 30-50% de la población, generando multitud de síntomas y problemas digestivos, que acaban en inflamación, sobrecrecimiento bacteriano y permeabilidad intestinal. Las leches de ganadería intensiva convencional, que son la mayoría de productos que encontramos en el supermercado, están muy lejos de ser el alimento que hemos ingerido durante cientos de años. Actualmente, los animales que producen esa leche viven explotados, se alimentan de piensos transgénicos y están toda su vida sometidos a antibióticos. Lo que significa que son animales enfermos y estresados. Además, esta leche es posteriormente procesada mediante homogenización y pasteurización, procesos que han permitido evitar las infecciones pero que reducen drásticamente el poder nutricional de la misma, minimizando la presencia de algunos nutrientes relevantes como muchas vitaminas. Para evitar esto la mejor opción es consumir leche ecológica, producida por animales que salen al aire libre, comen hierba y piensos ecológicos y están libres de antibióticos. Además, esta leche es mucho más alta en nutrientes. Pero, además, es mejor consumir leche de cabra que de vaca porque se digiere más fácilmente, es menos inflamatoria y es más nutritiva, ya que algunos minerales como el calcio, el hierro, el magnesio o el fósforo están más biodisponibles en la leche de cabra, es decir, que se absorben mejor.

Como últimas consideraciones cabría decir que, así como la leche puede generar problemas, los productos fermentados derivados de la misma, como el yogur, el queso o el kéfir, tienen efectos positivos en nuestro organismo. Se digieren más fácilmente y son ricos en bacterias beneficiosas (probióticos) cruciales para la salud. Eso sí, deben consumirse siempre en su versión entera y natural. Por último, si decides no consumir leche, pero te preocupa tu salud ósea, haz ejercicio, sobre todo de fuerza y levantamiento de pesas y consume alimentos ricos en calcio alternativos a la leche como son los frutos secos, hojas verdes, legumbres, sardinas, higos, brécol, langostinos o semillas de sésamo.

Variando la dieta y haciéndola más equilibrada el organismo humano aleja peligros de enfermedades graves, pero también reduce la huella ecológica del ser humano sobre el planeta. Así no sólo mejoramos nuestra salud, sino también la del planeta. La tierra regala riqueza profusamente y alimento pacífico. Y nos brinda alimentos que están libres de muerte y de sangre. El mundo no es una fábrica y los animales no son productos para nuestro uso. Las motivaciones por lo tanto son variadas e incluyen un compromiso por la vida de los animales, la ética, la salud y la sostenibilidad del planeta. Quizás ahora, y sólo ahora, te haya podido ayudar a tomar conciencia del por qué padecemos tantas enfermedades. Espero que después de haber leído esto, entiendas por qué tienes que poquito a poco llegar a ser vegetariano. Porque físicamente, y espiritualmente, es lo que ya eres, lo que siempre has sido y siempre serás. Y cuanto antes te reencuentres contigo mismo, y sepas quién eres, mejor para ti y para el mundo en que vives.

 

 

 

 

 

 

 

  FRUGÍVORO Nuestra vida es consumo. Comer, beber, comprar, gastar. Queramos o no, el ser humano está sumergido en una vorágine consumista q...